Las drásticas actuaciones de los gobiernos en contra de la crisis han destapado la cruda realidad a la que la mayoría de la población no conseguía vislumbrar y que ahora se nos presenta una oportunidad única para lograr un giro mundial.
Las grandes aportaciones económicas que los Estados han proporcionado a los bancos (precisamente los culpables de esta situación) sin contraprestación ni unos mínimos requisitos para garantizar el bueno uso del dinero público ha producido que salga a la luz el dominio del mercado sobre los Estados. Al ojo del ciudadano medio puede verse, sin demasiadas investigaciones, que el sistema democrático es una farsa expuesta a las fauces del poder económico. Después de las grandes ayudas, todos nos esperábamos un cambio político (por lo menos en apariencia), la sorpresa viene cuando observamos que las grandes reformas prometidas no se desarrollan y los bancos siguen con igual poder, pero añadiéndole las amenazas públicas a los altos cargos políticos que se desvían ligeramente de la conducta neoliberal establecida.
El neoliberalismo esta siendo el sistema económico más fuerte y difícil de batir, su fuerza deriva en el control psicológico de los ciudadanos. De esta forma, la realidad que convivimos ha conseguido pasar desapercibida hasta ahora, ya que debido a la tremenda crisis, el entramado sistema económico ha salido a la luz, dejando de ser una situación paranoide de los poseedores de ideología, y por tanto, críticos al sistema.
Esta nueva verdad sorprende cuando líderes televisivos cómo Iñaki Gabilondo, conocido por ser un progre afín al PSOE, revela con total contundencia que vivimos en una dictadura, la dictadura de los mercados. Y lo más interesante para la D3: nos hace reflexionar sobre un cambio en la democracia.
«La naturalidad con que ha impuesto su ley la doctrina que nos arrastró al abismo ha descorrido el cortinón de una gran verdad. Incluso los ojos que no querían ver han tenido que darse por enterados. Somos súbditos de los mercados, el régimen en que vivimos es una dictadura; una dictadura muy particular, una dictadura disfrazada con los ropajes de la democracia, pero una dictadura. Nuestros orgullosos Estados, nuestros representantes políticos, la mayoría de nosotros los ciudadanos, fingimos nos darnos cuenta y manejamos todo la gesticulación de la normalidad democrática, pero, ya no podemos ignorar que los caminos están trazados que fuera de ellos no hay salvación y que nuestra libertad sólo puede ejercitarse en el pequeño margen de elasticidad, un poquito más para aquí, un poquito más para allá que se nos autoriza…. En los últimos meses hemos podido comprobar que se ha decretado un modelo obligatorio de gobernación. La socialdemocracia por ejemplo ha quedado prohibida de facto. Se le permite gobernar, eso sí, con tal de que no sea con sus propios puntos de vista. Así, que una vez que esta evidencia, que era largamente sabida, ha estallado de forma tan clamorosa se trata de saber ahora que hacemos: ¿aceptamos sin reparos esta dictadura? O si, lo ocurrido, lo tan evidentemente puesto de manifiesto desencadena una reflexión de fondo sobre la democracia y sobre su futuro»
Nos alegra ver que cada vez más gente abre los ojos a lo que venimos denunciando desde hace tiempo. No sólo no vivimos en una Democracia porque los partidos acaparen la soberanía popular y limiten enormemente las opciones de gobierno y legislativas, sino que incluso sobre ellos existen los poderes económicos, y una cesión escandalosa a ese ente que se llama eufemísticamente «Mercados» pero que tiene nombres y apellidos, los de los principales especuladores mundiales y los directivos de las grandes trasnacionales, quienes controlan esa invisible pero brutal mano de los mercados.
Los partidos robaron la soberanía ciudadana y nacional para entregársela a las élites económicas mundiales. Ese es el resumen de las últimas décadas de pseudodemocracia parlamentaria representativa burguesa, de las últimas décadas de dominio capitalista neoliberal.
Cada vez es más necesario gritarlo alto y claro: Esto NO es una democracia. Cuanto antes lo asumamos, antes podremos actuar para cambiar las cosas.