Soy un fulano y también quiero ser lehendakari

Muy lejos de su intención, el señor candidato del PP a lehendakari se ha convertido en el más sincero, hasta el momento, de los aspirantes a tan teatral puesto. Su anuncio radiofónico culmina, tras unas enternecedoras palabras de un niño o una niña – vascos y vascas, nosotros y nosotras – con unas ínclitas palabras: «Soy Antonio Basagoiti, y yo también quiero ser lehendakari». y eso es tan…todo. El señor también quiere ser lehendakari. No quiere ser otro lehendakari. Es un sucesionista.


El sucesionismo de Basagoiti es, probablemente, cultural. En el País Vasco, ETA asesina a un empresario por no pagar comisión en la construcción del tren de alta velocidad, y la mayoría de los grupos que integran el colectivo que se opone a tal proyecto no tiene más gallardía que la de, pidiendo casi perdón, «desmarcarse» del asesinato. Sucesionismo en estado puro.

El sucesionismo acota la capacidad política del ciudadano al no ofrecerle más opción política y participativa que lo que sucede. Tomemos como ejemplo de muestras la amalgama política y disciplinada que se denomina izquierda abertzale.

El derrotismo, la crítica perpetua y las consiguientes purgas son un sucesionismo con otro polo, pero de efectos idénticos a los señalados anteriormente. En España se ha abierto un debate, aunque espúreo en su contenido y finalidad, interesante por lo novedoso: el señor Llamazares y la escritora Almudena Grandes han saltado a la palestra editorial con un libro reflexionando sobre la necesidad de un partido refundado de izquierdas. La reflexión a dúo es más que interesante porque en sus enunciados y conclusiones se hayan las propias refutaciones: ha fracasado un modelo de partido parlamentario bien en la oposición – con Anguita– bien de comparsa progresista – con llamazares – y la culpa es de una ley electoral -que, en efecto asesina a las iniciativas políticas minoritarias – pero que IU – entonces con otras siglas – no afrontó cuando siendo igual de injusta contaba con 22 parlamentarios en el Congreso.

La reflexión gira en torno a otras cosas, bien es cierto, pero se teje con esos mimbres: un partido nuevo sí o no … para el mismo concepto sucesionista de partido.

Quizá a las alternativas que surgen les atrapa una preocupación por conseguir resultados inmediatos. Caen en un productivismo, la mayor de las veces referido a un efecto mediático, similar al que rige a cualquier partido político. El éxito, aunque parezca ridículo, radica en el enraizamiento social, valga el palabro, de cualquier nuevo modelo político. Como dijo el poeta, «sólo me sobra lo que me falta: tiempo».

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