Tratado de Lisboa: europeos y tramposos

Reproducimos de acuerdo con la licencia Creative Commons del periódico Diagonal, este interesante análisis de Txente Rekondo sobre el reciente NO del pueblo irlandés al Tratado de Lisboa. Destacamos esta frase, que enlaza con la cuestión del referéndum propuesto por el Parlamento Vasco para este año:

el referéndum, la consulta popular, como formulación política y de participación popular es uno de los pilares, o debería serlo, de la democracia, sobre todo cuando se muestra claramente que el parlamentarismo no siempre representa la voluntad popular.


IRLANDA : TRIUNFA EL ‘NO’ AL TRATADO CONSTITUCIONAL

Tratado de Lisboa : europeos y tramposos

Txente Rekondo (Gabinete Vasco de Análisis Internacional, GAIN)

El reciente rechazo de la población de Irlanda al Tratado de Lisboa ha supuesto un pequeño terremoto político para las clases dirigentes de la Unión Europea.

Por mucho que para algunos las convocatorias de referéndum son “ejercicios de populismo”, sobre todo cuando el resultado final es el que no desean, lo cierto es que en el caso irlandés, el pueblo ha hablado, y lo ha hecho rechazando el tratado propuesto. Quienes ahora cuestionan la legitimidad democrática de esa consulta muestran con total claridad el déficit democrático que mueve sus acciones y sus argumentos. Sin embargo, el referéndum, la consulta popular, como formulación política y de participación popular es uno de los pilares, o debería serlo, de la democracia, sobre todo cuando se muestra claramente que el parlamentarismo no siempre representa la voluntad popular.

La crisis que atraviesa el modelo de la UE no es nueva, y tal vez la raíz de todos los males radica en su propia definición. Ni la UE es Europa en su totalidad, como en ocasiones se nos presenta mediáticamente, ni parece estar tan unida como su pomposo nombre indica. La percepción que tiene de la UE la ciudadanía que dice representar, es la de la plasmación de una estructura de poder al servicio de las elites políticas y económicas de los Estados miembro, con una poderosa y “arcaica burocracia”, como bien señala un analista europeo, es la fotografía de “la democracia frente a la burocracia”.

El voto de rechazo irlandés se ha pretendido presentar como una suma de intereses contrapuestos, en un claro intento de desprestigiar el sentido del voto. Es cierto que en torno al ‘no’ han confluido los intereses de los pescadores y agricultores, de las clases obreras de las grandes ciudades, el rechazo de la derecha más reaccionaria, de católicos ultraconservadores, de algunos importantes empresarios o incluso del movimiento republicano, que ha sabido situarse en el centro del debate y recuperar posiciones en la escena política irlandesa, más si tenemos en cuenta que el Sinn Féin era el único partido parlamentario que propugnaba un voto negativo al Tratado. Probablemente esos mismos argumentos para desprestigiar el voto negativo no se producirían en el caso de que el resultado final hubiera sido un ‘sí’. La experiencia y la historia nos muestran que ese doble rasero ha funcionado, y donde ahora todo son pegas y “alianzas contra-natura”, en el caso de haber sido afirmativo el voto mayoritario, nos encontraríamos con “señales inequívocas de la madurez política de la población”.

La reacción de los tecnócratas europeos es una muestra más de su arrogancia y menosprecio a la voluntad popular y más aún si ésta procede de Estados pequeños. Todo ello deja entrever la existencia de una UE donde bajo la fachada de un proyecto común y entre iguales, prima el peso de unos Estados sobre el de otros. La famosa teoría de las diferentes velocidades cobra fuerza estos días, sobre todo en torno a los impulsos y maniobras que se gestan desde el llamado ‘eje Berlín- París’.

También llama la atención la camaleónica actitud de esos dirigentes europeos para cambiar o puentear las reglas del juego que ellos mismos habían marcado. Si hace unas semanas el Tratado de Lisboa necesitaba de la ratificación de todos y cada uno de los 27 Estados miembro, ahora se estarían barajando “acuerdos y parcheos” para “adecuar” el voto irlandés a la nueva realidad. Un ciudadano irlandés que acaba de rechazar el tratado señalaba que esa actitud es una muestra más “del desprecio que muestran hacia la ciudadanía, y sobre todo, una actitud cuando menos tramposa”.

La fortaleza europea, materializada a través de la Unión, lleva tiempo mostrando su verdadera faceta. Sus objetivos y sus intereses responden a las élites políticas, y éstas no tienen ningún problema para poner en marcha políticas tan negativas como las 65 horas semanales o el endurecimiento de los procesos migratorios. Por eso, dotar de contenido pleno la palabra democracia y la voluntad popular es algo que no se presenta en la actual agenda de los dirigentes de la UE, por supuesto que europeos, pero también tramposos.

Sobre el Autor

Digital2 es miembro fundador de D3.