Esta semana el Consejo Europeo se reúne para dar por bueno el nuevo reparto de votos que a cada país corresponde en el Parlamento europeo. Tal distribución toma como medida proporcional al número de habitantes de cada país. A Alemania le corresponden 96 escaños, 74 a Francia, Reino Unido tendrá 73, Italia 72 y España 54. La fórmula elegida no sólo plantea el debate lógico que ciertos gobiernos exponen de cara a no perder influencia. Por encima de los intereses de Estado, un nuevo debate se abre en torno al polémico Tratado europeo: si el proyecto europeo es común, ¿valen igual los votos de todos los ciudadanos europeos?
La polémica viene precedida a causa del hasta ahora voto de calidad no de los ciudadanos sino de los países. Lo comprobamos en el no al Tratado europeo. El No francés tiene su peso no por el número de votos, sino por su resultado global que pesa más que, por ejemplo, los votos españoles aunque éstos sumados a los franceses aporten un Si. Parece por tanto que ya en su tramitación, el tratado no solventa la prueba del algodón democrático que deviera ser su signo de identidad.
Es probable que con el nuevo reparto de escaños parlamentarios que el Consejo debe debatir las cosas no cambien demasiado. Parece que el No de Francia y de Holanda ha escarmentado a los políticos europeos y todos seguirán el consejo de Tony Blair: no recurrir al referéndum más que cuando se tenga la manipulada certeza de ganarlo. El camino que los jefes de Estado europeos pretenden seguir es la del mini tratado, cavando así la tumba del reprobado y farragoso Giscard d’Estaing.
Viene todo esto a certificar el mal que Tocqueville ya apreciaba en EEUU en el siglo XIX donde “todo de cambia para que todo permezca igual”. En eso parece que están los que no paran de hablar de la “nueva ciudadanía europea” bajo la novena sinfonía de Beethoven.
Re: ¿Valen igual los votos de todos los ciudadanos europeos?
Hay un argumento esgrimido por los defensores ortodoxos del status quo que se resume en que los ciudadanos han de elegir «entre dos males», implicando que su decisión ha de aceptar inevitablemente un mal. El principio democrático es contrario a tal sometimiento, pues de ese modo no hubieran las democracias triunfado sobre las formas políticas anteriores a ellas.
La ciudadanía tiene el derecho a elegir no entre dos males sino a disfrutar del bien común ejercido y participado.
Algo parecido sucede con el proyecto común europeo, donde la participación y el ejercicio de esos ejercicios aplicables a todos no tiene su reflejo ene l voto de cada habitante según éste permanezca a un Estado con mayor o menor poder político y económico.