En un ejercicio de ocultismo propia del republicanismo banareril, el gobierno vasco presentó la semana pasada las liquidaciones de los presupuestos de 1998, nada menos que con 10 años de alegre demora. Agria como el néctar de la manzana vasca, traga la ciudadanía la parafernalia dialéctica del lehendakari y su gabinete que no paran de abanderar los derechos de los vascos y vascas. La cuestión se centra en que para cualquier gobierno, y por lo que parece en especial para el vasco, es un incordio someterse a la esencia democrática, pues ésta no otorga al gobierno más que el concreto papel de empleado o servidor de la sociedad
Cabría recordarle al lehendakarique el primer derecho de todos ellos es saber en qué gasta su excelencia el dinero de todos los, al parecer, más súbditos que ciudadanos. Así corren las andanzas gubernamentales, y, por fé en Dios y las leyes viejas, bien estuviera saber para los que de su bolsillo pagan tales correrías conocerlas en tiempo de derecho y no 10 años después.
En debate está si un gobierno debe no sólo saldar cuentas, sino ser inéquivocamente escrupuloso en darlas de inmediato a la ciudadanía, para así someterse al escrutinio social. En el caso vasco, el cicaterismo gubernamental es un juego ocultista a tres bandas, las de tres partidos PNV, EA e IU-EB. La cuestión se centra en que para cualquier gobierno, y por lo que parece en especial para el vasco, es un incordio someterse a la esencia democrática, pues ésta no otorga al gobierno más que el concreto papel de empleado o servidor de la sociedad.
Este rasgo de autoritarismo que enfrenta a los gobiernos con las democracias es la punta del iceberg de la crisis política que genera por un lado el priopio funcionamiento del Estado y sus derivas y, por otro, el uso de todo ello por parte de los partidos políticos. Es la insugencia ciudadana frente al poder – llámenle el micropoder si lo desean – la que está agudizando aquella crisis y la que permite que las esperanzas de democracia regresen.